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After Dark de Haruki Murakami

Narrar no es mostrar. Mostrar es tarea del cine. O por lo menos eso quieren creer los cineastas. (¿Qué es un cineasta? ¿un director, un productor, un guionista? ¿por qué la soberbia en la inespecificidad del término?). Y Murakami pretende mostrar en su novela After Dark. Pero muestra a la vez que muestra que muestra. No nos confundamos, esto no es metaliteratura, es mala literatura. En vez de describir los elementos que elige destacar en la habitación de la hermana de la protagonista principal, deteniéndose en cada uno de ellos por medio del lenguaje y la descripción (en la literatura, escribir cama muestra una cama); Murakami parece haber detectado quién es su lector promedio y escribe no sólo para él sino que incluso lo ayuda: en vez de “simplemente” (la simpleza es genialidad) describir y permitir que el lector tome conciencia de que la manera de ver del narrador no puede ser otra que la de una cámara de filmar, la de un encuadre narrativo propio del cine (dispositivo narrativo sin el cual es imposible pensar la literatura del siglo XX en adelante), Murakami decide explicar exageradamente:

“Ahora nuestros ojos se convierten en una cámara aérea que flota por el aire y que puede desplazarse libremente por la estancia. En estos instantes, la cámara se sitúa justo sobre la cama, enfoca el rostro dormido de Eri. Nuestro ángulo de visión va cambiando a intervalos rítmicos, como parpadeos.”

La obra es glosa de su propia obra. Repitamos: no es metaliteratura sino mala literatura. ¿Será que después de éxitos tanto comerciales como literarios tales como Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, Murakami se volvió tan pop (como suelen denominarlo) que incluye sus propias CliffsNotes a sus propias obras? ¿su único intertexto, el libro posterior que vendría a explicar el que se encuentra escribiendo?

El pasaje que citamos es lo anti-poético, lo anti-literario. Tibio y miedoso en su proyecto de procedimiento narrativo, explicita lo que hace. Muertos quedan, pues, el proyecto y su efecto. El lector ahora sólo puede inteligir, imposibilitado y arrebatado de su insaciable sed de leer (verbos tan diametralmente opuestos).

Quizás es eso lo que lo vuelve a Murakami tan contemporáneo. Pero en un mal sentido. Su exultante contemporaneidad tiene menos que ver con una estética que capte y manifieste la sensibilidad de una época y más con un triste modo de proceder del actual y último fascículo de la industria cultural. A saber: el Murakami de After Dark se asemeja más a la pobreza del contenido que podemos encontrar en YouTube que a la grandeza del género audiovisual que logra nacer con la Web 2.0.

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