Teatro

“El pasado es un animal grotesco” de Mariano Pensotti

El título lo dice todo. Por eso lo reproduzco. También lo dice todo una de las frases que el autor eligió para redondear la sentencia lapidaria: la vida entre los 25 y los 35 años es “el momento en que uno deja de ser quien cree que va a ser para convertirse en quien es”.

Mariano Pensotti habla con la autoridad y la precisión del único hombre al que se le concedió el deseo universal de rebobinar el tiempo y volver a vivirlo de otro modo. Pero, a juzgar por la genialidad de su obra, Pensotti escribe como alguien que logró rebobinar el tiempo y decidió volver a vivir todo exactamente igual a la primera vez, esta vez prestando más atención. Así nace El pasado es un animal grotesco.

Con impecable música por Diego Vainer, la obra acosa con la variedad de sus tonalidades. Conviven el suicidio y la masturbación. El desamor y las Torres Gemelas. Porque, como uno logra comprender finalizada la función, la Historia se mete en la historia personal. Pero es la segunda la que determina la permeabilidad de una piel que resiste a todo menos al paso del tiempo.

Los nueve años pasan con el girar del escenario y las cajas de recuerdos se acumulan a los costados: lo cíclico y la errática línea de vida conviven sin contradecirse. Alguno de los personajes se vuelve a enamorar; pero claro, nunca es igual a la vez anterior. Otro nunca encuentra a alguien tan especial como su amor de toda la vida y decide volver con ella; pero claro, nunca es igual a la vez anterior. El ciclo y la línea conviven, sí; pero es la diferencia de sus lógicas lo que vuelve dolorosos el recuerdo y la construcción a futuro. Hay esperanza, pero sólo en la diferencia de la experiencia futura.

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